Tableau Italiano

         

                                     
Bonitas canciones italianas 
cantadas por viejas  mujeres gordas
en restaurantes de familia 
donde no se puede comer 
sin que el estómago
vaya y venga 
de los gritos del padre 
y los actos del hijo   
comiendo esos espaguetis Napolitana deliciosos
y las pizzas sin carne 
bebiendo el vino tinto bueno y barato 
asombrado de la familia al final de la sala 
no fijándote en ti y tú sólo fijándote
en ellos. 





UA YA MIRI I MIRI I MIRI


Ua ya mirí i mirí i mirí pero como esto no mirí

Nos decía a mí y a mí hermano
Sol
que quería mucho a los críos
pero nunca tuvo hijos
y que estaba casada con Yuseff
el último judío que llevaba la Jokka
una túnica judía con
cintura gruesa y gorda
por esa misma Jokka
el gobierno británico
acusó al sultán marroquí en 1810
de discriminación contra los judíos
que cuando venían de Gibraltar
estaban obligados
a ponerse la jokka
para poder hacer comercios.

Y yo y mi hermano en judería en casa de Sol
y ella chillando y gritando
mientras nosotros corríamos
la frase más importante de mi infancia
Ua ya
mirí
i mirí
i mirí
pero como esto
no mirí.





Mi Infancia


Es la portera gritando a su hijo
¡Juanito que mala condición tienes!
y el pobre, cojo, escapándose de sus palos.

Sol que nos cuidaba, en la judería
gritando "Ua ya miri y miri y miri pero
como esto no miri," mi hermano y yo
enloqueciéndola de travesuras

Los bocadillos de salchichón que preparaba
mi abuela los viernes y sábados y que nunca
eran suficiente para nuestro hambre
todos echándonos sobre ellos.

La jefatura en frente de casa, el monte
en frente en el que se acaba la cordillera
del Rif, el Mediterráneo frío cerca del atlántico.

La palabra Carcamal.

El club, mi primo y yo en medio de una fiesta
con cuarenta chicas y sin chicos yo metiendo manos
a todas sin discriminación.

Mi infancia se acabó en un momento claro y clave
a los doce años cuando me arrancaron de mi ciudad en
busca de un sueño dos veces milenarios.
Sueños que en pesadillas vuelven.


Y pregunto ¿Qué es una calle sin esquina?
¿Qué un sol sin ojos? ¿Un Gallo sin
amanecer? Bienaventurado el hombre
que nace y muere en la misma calle
que nunca de su ciudad sale  y
comparar no sabe.




LUCENA novela MOIS BENARROCH

LUCENA
Novela









Traducción del hebreo de
Roser Lluch Oms
















“Algún día volveremos, pero ya habían vuelto.
Y si se tienen que ir sería llegar a un lugar
a donde también estarían volviendo.”
Esther Bendahan Cohen



“El pasado es un cuento que cambia sin parar.”
Mois Benzimra



A todos los que cayeron en el camino, ni diez generaciones os han olvidado, vuestros pies cansados y vuestra mirada observan cómo seguimos adelante. Tanto si os hicisteis a la mar como si os quedasteis en tierra, tanto si volasteis en los vientos como si vivís en la llama eterna. Llevaremos vuestro recuerdo allí donde vayamos.
ES LA ÚLTIMA HORA, SARA

La hora de las gaviotas.
Son muchas, hermosas y de todos los colores.
Te amé.
Sí, lo sé. Nadie me ha amado como tú.
Ni amaré a ninguna mujer como te amé a ti. Eres mi último amor.
Feliz abandono ahora este mundo. Dejé que me amaras como sólo tú sabías.
Las gaviotas sabrán llevarte en paz.
No quiero irme, todavía no. Necesito estar más tiempo contigo.
Quiero que me ames una hora más, un año más, un siglo más.



LA INQUISICIÓN

Isaac Benzimra estaba cansado, muy cansado. El trabajo, los niños, la mujer, la tensión en el banco, el coche nuevo, los pagos a plazos, la hipoteca y todo lo demás. Ahora tenía todo lo que siempre había querido tener: un gran chalet en las afueras de Ciudad de México, en uno de los barrios más prestigiosos de la ciudad, un Volvo nuevo (cambió el BMW), una mujer guapa tras dos operaciones de cirugía plástica que le dejaron los pechos como los de una jovencita de quince años, dos niños afortunados que estudiaban en un instituto, un bufete en el centro de la ciudad, en una palabra, todo. “Todo y nada” era la frase que resonaba en su cabeza sin cesar, día y noche, “todo y nada”. A veces se convertía en “todo es nada,” día y noche, en sueños, durante la conversación con un cliente, qué será de ti, Isaac, qué será de Isaac Benzimra, qué será de su vida, de su mujer, de sus hijos.
Quería abandonarlo todo, el trabajo, los hijos, la hipoteca, la amante, las furcias caras, los viajes a Miami, la ruleta en Las Vegas y la oficina en el quinto pino. Quería abandonarlo todo. Pero en lugar de esto, un día le dijo a su mujer: “Me voy de viaje a España, ya he encargado los billetes. El domingo, después de misa, volamos a Málaga, voy al país de mis antepasados, Melisa. Entiéndelo, necesito encontrar allí el sentido de mi vida, en Granada. En Lucena o en Granada, necesito comprender, me voy al país de donde vienen todas mis desgracias.”
Melisa le miró muy preocupada y le recordó que tenía que terminar un asunto muy importante en el tribunal relacionado con la compañía internacional de ordenadores “Lacroft”.
“Efectivamente, pero tengo un socio, ¿no? ¿No tengo derecho a vacaciones? Si sigo así voy a reventar, a reventar Melisa.” Inmediatamente, como un niño haciendo comedia en la escuela, se dejó caer en la enorme cama redonda que había en el centro de la habitación.
“Tenemos deudas,” dijo Melisa, “y si él es quien presenta los asuntos, se quedará con la mayor parte de las comisiones. ¿Recuerdas el acuerdo al que llegaste con él, con tu buen corazón, cuando no tenía nada? Amigo, ah, amigos, me gustaría ver si él te ayudaría si tú no tuvieras nada.”
“Siempre habrá, siempre habrá dinero y habrá deudas, y bancos que me darán préstamos y tarjetas de crédito con un enorme crédito para que gastes más. ¿Sabes cuánto crédito tenemos en nuestras veinticinco tarjetas? Tarjetas de oro, de platino, la Super American Express, la V.I.P. de Visa Platino, ¿cuál más?, ni me acuerdo, ah, sí, la Diners Supersonic, ¿sabes cuánto? Dos millones de dólares, usted gaste, gaste, sabemos que es una mula de trabajo y que trabajará como un burro para pagar.”
“De acuerdo,” Melisa se rindió ante la extraña situación en la que su marido la metía. “Me doy cuenta de que en verdad necesitas unas vacaciones. Iremos a Málaga.”
“Debo decirte que nos alojaremos en un hotel barato, estoy harto de lujos y de tantas estrellas. En un hotel de tres estrellas, uno barato.”
“¿Tú? ¿Estás a punto de quebrar o qué? ¿Tú quieres ir a un hotel de tres estrellas? ¡Pero si cuando tenías veinte años ya no te sentías cómodo en hoteles que costaran menos de cuatrocientos dólares la noche! Tal vez lo que te convendría sería ir al médico, al psiquiatra, no hacer vacaciones.”
“Sabía que esto pasaría, no quiero ir a ningún hotel de los que te hacen entrar en el casino para sacarte el dinero, o de los que te lamen el trasero para que les des doscientos dólares de propina. Quiero algo sobrio, así que ponme ropa sencilla en la maleta.”
“Yo no tengo ropa sencilla.”
“Es muy simple. Coge cien dólares y ves a comprarte algunas cosas baratas, que te hagan parecer la mujer de un funcionario, no la de un abogado importante.”
“Esto ya es demasiado, ¿vale? Demasiado. Iré de viaje con mis vestidos, no menos de tres maletas. Voy a empezar a prepararlas, no sé si me dará tiempo. Pediré a mi amiga Luisa que me ayude.”

Isaac volvió a oír aquella voz, “todo es nada.”
“Todo es nada,” le dijo a su mujer.
“¿Me llevo el vestido rojo? ¿Aquél del escote? ¿Qué opinas? Tal vez no sea ya conveniente, cierto, tendré que ir a comprarme algunos vestidos.”

Isaac se metió en su coche, se sentía realmente incomodo – “Todo es nada”. Aumentó el volumen del disco de los Rolling Stones en el que cantan “Angie”, se puso a cantar con ellos y esto le ayudó un poco, pero cuando la canción terminó volvió a oírlo, “todo es nada.” Esta vez frenó. Aquella voz tenía una presencia más fuerte que las veces anteriores, como si no viniera de su cabeza, sino como si alguien sentado en el asiento posterior le dijera “todo es nada.”

Cuando llegó al bufete su secretaria le dijo que Luisa había llamado ya cinco veces. Le daba igual. Como de costumbre, no le devolvió ninguna llamada. Tenía varias citas, pero le pidió a la secretaria que las anulara. Ella creyó que él quería algo con ella, como la última vez que le había hecho anular todas las citas. Isaac era un amante maravilloso. A pesar de las tensiones, en cuanto tocaba a una mujer, incluso a la suya, se liberaba por completo. Sus manos acariciaban el cuerpo de la mujer con tanta ternura que ninguna puede olvidarlo. Algo poco común entre los abogados. Pero no. Esta vez Isaac se encerró en su despacho y no habló con nadie. Bajó las persianas hasta la mitad e incluso pidió a la secretaria que no le pasara ninguna llamada y que no entrara para nada. Así pasó todo el viernes, aturdido en el despacho, intentando con todas sus fuerzas deshacerse del “todo es nada”, encendió algunos habanos, aunque le causaran dificultades respiratorias no podía dejar de fumarlos.
Isaac, se decía a sí mismo, Isaac, ¿quién eres, Isaac?
Primero dijo su nombre, hablando consigo mismo. Por un lado, pensaba que todos los psiquiatras creerían que estaba loco, pero, por el otro, cada vez que oía su nombre embistiendo desde su garganta se sentía bien.
El sábado durmió hasta tarde, le pidió a su mujer que no le pasara ninguna llamada, ni siquiera la de un amigo. Sólo le rogó que le pusiera muchos calzoncillos en la maleta, que no pasara como la última vez que fueron a Hawai, que le faltaron calzoncillos y que en ninguna tienda consiguió encontrar los bóxer que a él le gustan. “Lo más importante es muchos calzoncillos,” le insistió más una vez.
Después de comer hizo la siesta, y cuando se despertó le dijo a Melisa que pidiera una limusina para ir al aeropuerto al día siguiente. Pero luego dijo: “¿Para qué necesitamos una limusina? Basta con un taxi, durante una semana seremos pobres, ¿te parece bien?”
“En absoluto,” dijo Melisa, “si quieres, sé pobre tú, yo iré en limusina. No me casé contigo para ser pobre, para esto me habría casado con Moís, el poeta. Me quería más que tú, y por ahora ni siquiera se ha comprado un coche, no tiene dinero para nada.”
“Me gustaría saber qué ha sido de este drogata, creo que incluso era un poco marica.”
“Te aseguro que no es cierto. Tal vez estuviera un poco ido, o loco, o lo que quieras, pero no era marica.”
“Algunas de mis amigas decían que el sexo no le interesaba demasiado, pero ¿qué importa eso? Apenas tomé un tequila con él, vomitó después del carajillo y no volví a verle.”
“Aquellas chicas me odiaban porque sólo me quería a mí.”
“De acuerdo, como quieras, pide una limusina, no importa, iremos en ‘limu’. Da igual.”
Isaac quería dejarlo todo –el dinero, las limusinas, la mujer, los hijos, la hipoteca, el bufete, la ciudad– incluso la vida. Pero la vida no quería dejarle a él. La vida se aferraba a él como una espina en la garganta –seguros de vida de millones de dólares–, siempre pensaba que valía más muerto que vivo, aun sin comprender la lógica que aquello tenía. Vivo, su pasivo era de medio millón de dólares, y si moría sus seguros de vida ascenderían a tres millones de dólares. A su mujer y a sus hijos les quedarían dos millones y medio. ¿Qué lógica tenía esto? ¿Por qué una mujer no mata a su marido si éste ha ganado lo suficiente para el seguro de vida? Basta con hacer algo en el coche para que uno tenga un accidente convincente. Isaac se puso a pensar en toda clase de teorías según las cuales el cincuenta por ciento de los accidentes de tránsito son asesinatos y otro tanto por ciento no desestimable, suicidios. Parece mucho más respetable morir en un accidente de coche que metiéndote una bala en la cabeza. “Todo es nada.” De hecho, él no pensaba en absoluto en el suicidio. A pesar de no ser practicante, era creyente, y su madre le había inculcado el sentido del castigo tras la muerte por suicidio y el del miedo al infierno.

El sábado por la tarde durmió tanto que a la noche no tenía sueño. A las dos de la madrugada ya estaba dando vueltas por la casa y esperando el momento de subir al avión. Siempre le ocurría lo mismo con los viajes, se ponía muy tenso antes de un vuelo.

“¿Qué? ¿No vamos en primera? ¿No crees que esto es ya demasiado? ¿Diez horas de vuelo con… en segunda clase? No estoy de acuerdo. Pide que nos cambien.”
“Señor Benzimra, ha habido un error,” le dijo el primer auxiliar de tierra de la compañía. “Parece que ha habido un error y le han puesto en clase turista.”
“No, no ha sido un error, yo lo pedí.”
“¿Por qué? ¿Acaso nuestra primera no le resulta cómoda?”
“No, no es esto, simplemente quería sorprender a mi mujer.”
Melisa intervino. “Una buena broma, ciertamente me has sorprendido, ahora señor…” –miró la placa de identificación de la chaqueta– “señor González, por favor, arregle este asunto.”
“Sí, señor González.” Él le hizo el típico guiño entre dos hombres que comparten un secreto. Pero ninguno de los dos sabía de qué se trataba.

Isaac estaba cansado y su cansancio le ayudó a dormir todo el viaje. Durante el vuelo su mujer bebió mucho champán y comió mucho caviar. Miraba con desprecio a su marido durmiendo porque no se aprovechaba de los placeres del vuelo en primera clase.
Llovía mucho en Málaga cuando el avión aterrizó en el aeropuerto que nace del mar. “Lluvia, una bendición,” dijo Isaac.
“Sí, una bendición, pero no cuando estoy de vacaciones,” manifestó Melisa.
Isaac alquiló un coche y se fueron al hotel.

Melisa se sintió decepcionada con aquél hotel que ni siquiera tenía servicio de habitaciones. “A mí me gustan los hoteles que te reciben con una botella de champaña.”
“No sé si estás conmigo sólo por el dinero o también por el dinero. ¿Hay algo más que te interese?”
“Sí, el sexo contigo.”
Sonrió cortés, no esperaba aquella respuesta. Pero hicieron el amor. A Melisa le agradaba sentir las manos de él en su cuerpo, aunque ahora hacían mucho menos el amor que en años anteriores. Parece que es algo muy natural. Estaba satisfecha porque tenía relaciones sexuales con su marido con una frecuencia de al menos una vez por semana, cosa que no sucedía a ninguna de sus amigas, que muy fácilmente podían contar el número de cópulas anuales con los dedos de una mano.
Se pasaron el día en la cama. “Mañana me voy a Córdoba.”
“¿No está un poco lejos?”
“Me voy a las seis de la mañana. Quiero llegar allí pronto. Tienes que venir conmigo, voy a la villa de mis antepasados, a Lucena. ¿Sabes que antiguamente Lucena era conocida como la ciudad de los judíos?”
“Pero si tú no eres judío, eres cristiano.”
“Soy judío y cristiano.”
“Yo me quedaré aquí. Pasearé junto al mar, haré algunas compras en Málaga y descansaré. Que tengas buen viaje.”



A las tres de la madrugada ambos deambulaban por la habitación, despiertos como si fuera mediodía.
“He tenido un sueño, un sueño extraño. He soñado que se hacían toda clase de cambios genéticos en el hombre, que al principio se cometían errores y nacían muchos seres raros y que para que los errores no se vieran les dejaban en una aldea alejada de todo el mundo. Yo daba vueltas por aquella aldea y veía hombres con genitales femeninos en la rodilla, o personas con manos en las orejas, otras con los intestinos por fuera, muchas con un solo ojo o tres pies… y entonces me he despertado.”
“Bueno, son miedos malagueños.”
“Una vez quise ser escritor, ya lo sabes, antes de empezar a estudiar derecho. Hay muchos escritores que estudian derecho y después abandonan la profesión. Tal vez deba hacer realidad mi sueño y convertirme en escritor. Ahora o nunca.”
“¿Y de qué viviríamos?”
“Es muy simple. Puedo vender mi bufete al menos por un millón de dólares y ponerme a escribir.”
“Un millón de dólares se va pronto, y ¿luego qué?”
“También puede irse despacio si aprendemos a malgastar menos.”
“¿De qué serviría que aprendiéramos a malgastar menos?”
“De que tu marido fuera feliz y pudiera hacer lo que quiere. Estoy harto de representar a gente pesada, estoy harto de los expedientes, podría escribir un buen libro con mi sueño. Puedo contar muchas cosas de la familia, una larga historia, puedo ser un escritor de amplios vuelos.”
“No creo que éste sea el momento de tomar una decisión. Quisiera pedir un té, pero en este hotel ni siquiera hay un servicio de habitaciones. ¿A esto te refieres con lo de malgastar menos? Deberemos sobrevivir sin servicio de habitaciones.”
“Si salimos seguro que encontraremos uno de esos lugares abiertos las veinticuatro horas.”
“No tengo ganas de salir en una noche tan tempestuosa.”
“¿Tempestuosa? Apenas hace un poco de viento.”
“Sabes que no me gustan los vientos.”
“Está bien, saldré yo y te traeré té y… ¿quieres algo más?”
“Alguna bebida, un Sprite, tal vez también un bocadillo de tortilla española.”
“De acuerdo, veré lo que encuentro.”

Isaac se fue en coche en dirección a la playa, era una noche clara de luna llena. Soplaba un fuerte viento de la montaña y la luna iluminaba con fuerza el mar. El viento se unía a las olas y las arrojaba desde la costa hacia el fondo del mar. Se detuvo delante del primer bar que tenía un letrero de ‘Abierto las 24 horas del día’, pero estaba cerrado. Seguramente estarán de vacaciones, ya no es temporada turística. Se dirigió al coche, pero el viento le dificultaba el andar hasta tal punto que tenía que hacer esfuerzos para poder caminar. Llegó al coche, un Opel Corsa, y entonces notó una mano fuerte que le cogía el hombro.
“¡Don Isaac Benzimra!”
“Sí.”
Frente a él había dos guardias civiles, vestidos como en la época de Franco, con los típicos tricornios y el uniforme verde. Era evidente que había algún problema.
“Le rogamos que nos acompañe.”
“¿Qué?”
Antes de que pudiera decir nada ya estaba en un Ford Escort circulando hacia Málaga.
Intentó hablar con los guardias, pero había una ventana cerrada entre él y aquellos. Ni siquiera consiguió pensar nada durante todo el trayecto, y se vio en la cárcel.
“Tu juicio empezará enseguida,” oyó que le decían.
“Tengo derecho a hablar con un abogado,” gritó inmediatamente. Pero nadie le escuchó.
Como la voz le había anunciado, unos segundos más tarde dos personas le pidieron que les acompañara, y enseguida se encontró en una habitación cuyo techo por lo menos estaba a seis metros. Había tres jueces vestidos con sotana, de pie a unos tres metros de él.
Un hombre que estaba a un lado anunció: “¡El arzobispo Juan-José Torres!”
El del medio, el de la sotana más elegante, ordenó a Isaac que se levantara y dijo:
“Abro la sesión 99/88 del Tribunal de la Inquisición de la ciudad de Málaga. El acusado es Isaac Benzimra, al que se le ruega que se arrepienta de sus actos.”
“¿Qué?” – preguntó Isaac. “Seguro que se trata de una broma de la televisión.” Se puso a gritar, pero enseguida se acercó alguien y le golpeó.
“Siéntate en silencio y responde al señor Arzobispo.”
“¿Tiene algo que decir?”
“¿Sobre qué?”
“Señor Isaac, se trata de algo muy grave, y nosotros queremos salvar su alma del infierno, así que no nos menosprecie.”
“¿El infierno? No está aquí.”
De nuevo alguien embistió desde la pared golpeándole. Isaac empezó a comprender que no se trataba de una broma de la Inquisición. Temía que su mujer hubiera hecho algo para recibir el dinero del seguro de vida.
“¿Se arrepiente usted, o no?”
“Seguro que me arrepiento. Pero la cuestión es de qué.”
“Esto ya nos lo dirá.”
“Me follé a mi secretaria.”
“¿Se arrepiente?”
“Seguro.”
“¿Qué más?” preguntó el sacerdote que estaba al lado del arzobispo y que llevaba una sotana más sencilla, de color marrón.
“Necesito más luz, está oscuro.”
“Está tan oscuro como su alma, sólo si se arrepiente tendrá luz.”
“¿De qué más debo arrepentirme?
“De todo, de todo, sólo así podrá salvarse del fuego del infierno.”
Isaac se preguntó que quería decir aquél “todo”, pero enseguida se dio cuenta de que aquello no tenía fin, tenía que saber lo que ellos querían oír porque parecía que no se trataba de las relaciones extramatrimoniales. ¿Qué debía decir?
“Este es un país democrático y tengo derecho a un abogado que me defienda.”
“¿Democrático? ¿Qué significa esto?”
“Ah… si ustedes no lo saben, señal de que verdaderamente estoy en apuros.”
El arzobispo empezó a mostrar interés: “¿Democrático, como en la Grecia pecadora?”
“Más o menos. Significa que un acusado tiene derechos básicos y que uno puede elegir a su dirigente. Que la gente puede elegir a su dirigente.”
“¿Para qué necesita derechos un acusado? Nosotros estamos aquí para defender sus derechos, para hacer que se arrepienta y salvarle del infierno. ¿Dice que este es un estado democrático? Aquí jamás nadie ha elegido un rey. Dios, y en parte nosotros, elegimos al rey.”
“No un rey, en un estado democrático no hay rey.”
“Si es así, usted no está en un estado democrático, porque aquí hay un rey, el rey Juan Carlos de Borbón el católico, no es aquí.”
“Lo era hace unas horas. ¿Acaso ha habido una revolución?”
“Por su bien le sugiero que intente otra línea de defensa. Su estupidez podría llevarle a ser decapitado por hablar como un brujo.”
“¿Brujo? Creía que ya no existían.”
“Muy pocos.”
Los tres jueces se pusieron a dilucidar en voz baja y luego dijeron a Isaac:
“Proponemos interrumpir esta sesión hasta mañana, le dejaremos descansar. Seguro que está cansado y asombrado, así tendrá tiempo para pensar de qué quiere arrepentirse.”
“No soy ciudadano español, soy ciudadano mexicano, quiero ver a mi embajador.”
“Señor Benzimra, México es parte de España. No existe tal embajador”.


Desaparecimientos


Era cuando te hablaba y te explicaba
cosas muy importantes
que de pronto desaparecías
y yo
seguía hablándote
explicándote
durante calles
hasta que me daba cuenta
que estaba hablando solo
explicándome a mí mismo
cosas inexplicables
y me decía
qué estará la gente pensando
de mí
un joven que ya se habla solo
en la calle

Desaparecías a menudo
siempre estaban todos buscándote
hasta que un día dejaste el país
ya allí te escapas de todos
pero nadie te conoce
nadie te busca
para intentar
seguir desde la última frase
para que puedas entender
la primera.










Eras Pasado







Las horas pasan son flores fuera de su tierra
tienes la lengua obligada de los jesuitas judíos
yo te veo camino al norte
camino a donde te parió tu madre

Eres esperanza y eras pasado, hoy
Sólo sabes que vas, no sabes por qué
tu memoria es un espantapájaros
tus oídos son ojos encarcelados

Te da vergüenza que vean tus zapatos
el barro bajo la suela está lleno de espinas
hojas deshechas de una Biblia quemada

Lo que queda de tus viajes no es mucho
unas pocas memorias, cerillas de Estambul
una jarra de Castilla, una boina de Madeira.




Jerusalén Nevada

Qué bella es Jerusalén cuando nieva parece una novia contenta
todo es tranquilidad las discusiones desaparecen de los rostros
todas las guerras se olvidan en esta ciudad cargada de historia
de memorias intolerancias y templos que recuerdan todo el futuro.







Necesidad








Por favor
Dime que tengo razón
por favor dime
que no estoy soñando
que los montes que veo
no son fantasmas
que las memorias
no son invenciones
dime que todo este viaje
sin fin
tiene algún sentido.
Por favor
aunque sea mentira
dime que mi casa natal
todavía está en la misma calle
dime que nadie la ha tumbado
por favor convénceme
que no soy un elefante
y que toda mi memoria tiene sentido.
Por favor
tengo que escuchar estas palabras
muchas
muchas veces.






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Buscando aire

Noches de asma
en frente del monte
buscando aire
y tú mamá noches sin dormir
días sin escuela
buscando aire
ahogado
buscando aire
como hoy
como siempre
en un mundo ahogado
y tu mamá
ahogándome más todavía
tratando de traerme aire
de la montaña de enfrente
de los árboles, del otoño
del verano, del mar, del médico
de las tumbas, de los dioses,
de cualquier lado

Y hoy estás en el hospital
asmática
buscando aire
oxígeno
y sintiéndote sola.





Promesas


Te prometo que un día
volveré con mis manos llenas
de mares
todos los mares serán tuyos
te traeré las orillas y las arenas
hasta tu casa
en aviones enormes
te lo prometo, ya sabes que yo
siempre cumplo mis promesas.



La orilla del otro

En la orilla del mar
entre agua y arena
nace mi vida
entre sal y agua
mis ojos se hacen azules
entre orilla y arena
mi piel resplandece
soy el del otro lado del mar
el de la otra orilla
la que dicen que no existe
al fin del mar
soy el sol que amanece
el sol que se acuesta
soy
el otro.





El primer Benarroch en Tetuán

Cuentan  que el primer Benarroch de Tetuán llego de Fez
con su hermano
que murió en el camino
y el lo llevó en su espalda hasta llegar
para que fuese enterrado como se entierra a un judío.

Y yo llevo a mi hermano sobre mi espalda
aunque murió al fin del camino
llevo a mi hermano
como el que guarda un viejo vino.







Tengo un largo cuento que contar
y no es el mío
es el de mis muertos
que me miran como un pino.


El dolor

El dolor viene a ponerse en las rodillas
pero es el alma la que grita
por los muertos
y los que van a morir

Los amigos, hijos, mujeres,
vidas perdidas, desperdiciadas
al viento, a barcos sin alas,
vidas perdidas para siempre
hijos no nacidos, nietos no mimados
mundos enteros, Abeles desconocidos
posibilidades que no serán

El dolor viene a ponerse en la cabeza
pero es el mundo el que grita
a través de nuestros cuerpos
cansados de tantas vidas inútiles.






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Muletas

Os dejo os dejo marineros de la mancha
en mares negros, os dejo y me voy
no me tiren salvavidas sé muy bien
andar sobre estas aguas
no necesito vuestra ayuda
ni hipotecas futuras
las olas me bastan para andar
el olor de naranjas me llevan a mi tierra
y soy más libre que la libertad que podéis imaginar
más fuerte que toda la ayuda que intentáis darme
para que ande sobre muletas
para después decir que no sé nadar
ni siquiera andar sobre el asfalto
sobre el césped húmedo de la mañana

Eso es, por fin, me voy
                               que quede claro
            no voy a volver.
Nunca.




Poema escrito arrodillado


Estas tierras que eran nuestras
no dan trabajo a nuestros hijos
unos creen en la tómbola
otros en el amor libre

Estas tierras que fueron nuestras
no nos dan nietos, nos dan
cacahuetes ahumados
otros tiempos que fueron nuestros

los que menos nos entienden
son los revolucionarios de ayer
dicen que hay que sufrir
para que conserven sus conservas

Mañana será otro día, mañana
otro puerto será inundado
por aguas con olas de fuego
por palabras viejas como el mar.



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